domingo, 18 de enero de 2015

― ¡Sobreviviendo al recuerdo!

El Caballero sin tiempo In Leipzig, Germany by Ariel Arias
 Cuando el arma cae al suelo el Caballero, pierde el ritmo y se aventura al cementerio. Se reclinan sus atuendos palaciegos, su capa abriga el remedio y en lo infinito del cielo, se le escucha a gritos, rugiendo. Aquejando resentido bajo la guadaña que ante el cae sumiéndolo, sobre el pavimento de un cuento, frustrado cual verso excluido sin leerlo. La sangre corre, se arrastra un cuerpo, su pecho erguido responde, los dedos lentos pierden su dote. Se agarra el pelo, se encuentra un leño, salta sin miedo y en vuelo enérgico lo clava en el pecho de su cancerbero. Cual susodicho consuelo, apresando entre sus dientes lo correcto.
– ¡Pues los bríos de un Caballero son congénitos; y nunca enferma de ellos ante un reto!
 Cuando el alma adolorida intenta hacerlo, se redime hasta la estima el desaliento, se recupera la cinta, se alza el velo; y viendo sangrar la herida cura el lecho. Y en los adentros bien huecos que tenemos, se resigna a puro seso el desespero, hasta que el olvido paga el precio del desprecio, vendiéndolo al diablo sin pedir dinero y sin quererlo. Quien da la mano cual beso, no se asquea de la saliva sobre el dedo. Por eso a un ojo de ciego, no se le escupe un lamento maldiciéndolo. La vida tiene preceptos que nunca olvida un ser bueno, la humildad, la seriedad y el cruel desdeño. Sin susodichos consuelos, sin renegar los deseos, ni el respeto.
– Cuando se pierde la razón ya no se es cuerdo, no se entiende el bandoneón en los conciertos, despistado se extravía hasta el sombrero; y en el medio de la vía desvanecemos.
La linea de la vida In Leipzig, Germany by Ariel Arias
 La expresión perdida en peros cae en misterios, la reacción en negativo indica el cero, cada encuentro, cada miedo y cada extremo, nos reducen el destino al movimiento. Y a la larga envejecemos demostrando ser concisos sin saberlo, sin medir que el infinito enésimo detiene al limite externo. Sin vejar pues los pesares son maléficos, embargados y anulando por alérgicos, en la triste eternidad del magisterio. Regañando y engañados sin reflejos, cual azul sin blanco dentro. Y a la vuelta de los años por cansancio, reflexionando sentados nos miramos; y advertimos que a la suerte hemos dejado, el vidente desconsuelo que les narro.
 Cuando en el muelle del pueblo vean veleros, si a estribor hay marineros no es un juego, si a babor alguien desvela es que hubo fuegos; y a la cuerda de la vida se ató el necio. Cuando les digan te quiero no sean tercos, nunca envicien pues los ojos miente viendo. Amanezcan, cojan sol, sequen del hielo, aterricen y despeguen exigiéndolo, pues quien dice al no cumplir falta el respeto. No renieguen lo pasado ni entendiéndolo, pues la puerta que se abre cierra luego, cuando el viento indeseado aviva el cetro; y la ilusión que existía sin complejos, resignada se encomienda al cementerio. Sin consuelos porque se ha acabado el tiempo.
― ¡Aunque persista el buen recuerdo, sobreviviendo al Caballero que llevamos dentro!
Ariel Arias
 SITIO WEBhttp://www.ariaphotographe.com

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