miércoles, 19 de octubre de 2016

Bárbara Lucíla la inquisidora.

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 En lares no tan remotos de donde escribo estos versos queda una mansión de ensueños que se asemeja a un convento. Es tan alta que toca el cielo y tan ancha que en esos predios solo existe aquella casa y alrededor un panadero, un comercio, un recreo y dos rascasuelos nuevos, porque más grandes ya vemos y en verdad son bien pequeños comparados con los verdaderos. Y se yergue majestuosa rodeada de un largo hueco por donde el agua corre sórdida, irrigando aquel reducto de desierto en pleno pueblo.
 Pero allí no habitan monjas, ni madres, ni castas doñas de las órdenes penosas de la gloria. Allí se invita a una copa a quien compre las que rompa y no hacen falta pistolas pues la voz de la matrona es una ametralladora atómica. Es una mujer celosa de las que cuentan las hojas antes de plasmar sus notas. Es racista, es criticona, se manda y zumba cual bomba y si la tildan de fóbica suelta una llamarada cósmica e incendia el alba y la aurora con su candil de lisonjas. Y cuando juzga es pretoriana y solo ella vale y sobra.
 Y sin embargo es bien bella y es más buena que la cepa de la almendra en primavera y aunque parezca de piedra y con piedad solo por ella, es tan dulce como el extracto de pera y se enreda como la hiedra cuando la miman y besan. Pero en fin, es un cometa que gravita sin parar por la vía célica,  a veces ruda y a veces tierna, todo depende de cómo baje y suba la marea. Porque cálida tienta, pero si es fría congela, corta dedos, amputa piernas y a la inteligencia adversa la anula como si fuera un cero a la izquierda. 
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  Bárbara Lucíla es a la materia lo que es el humo a la leña, fibras de rarezas que queman después de condensar en tierra. Tiene cuerpo de sirena y diente de ballena esquizofrénica, garras de arpía viajera y una lengua de lamprea soñolienta, pero les reitero es buena, como solo ella, se cree cuando se lo cuenta. Y es tan lucida como la sinrazón de una tregua buscada cuando el calor llega, para rearmar la contienda después de un invierno a secas. Para pisotear herejes después de cortarles sus cabezas.
 Pero un día me escape de aquella tierra para borrar su presencia de mis ideas, desposeído, sin prendas y en la miseria perfecta. Huyendo de la violencia de su casta de hembra fiera, aunque me costara la empresa de perderla. Insinuando al tribunal que aunque de esfera en mi cráneo no pululan veletas, ni me confinan en celdas Cenicientas lelas, ni me torturan Dulcineas necias con sus tetas. Y he dicho que es buena, lo repito sin pensar que a su manera, la escuché reivindicar que por mis penas, yo era su presa.
– Y ahora somos enemigos y no por mí, porque a mis años no me matan ni las hienas, pero porque ella lo desea y me colgó su guillotina, sobre mi pobre existencia de poeta…
– Cual castigo por amarla sin pagar a cambio con su moneda maléfica, que no tolera, pues Bárbara Lucíla es buena en cuentas, cuando resta; y me condenó a la hoguera…
– ¡Sin saber que soy de piedra! 
Vincent Tessier 
Dessin by Vincent Tessier Copyright © 2016
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