Andando a casa del diablo partió el día en que brotaron los sargazos, llenando al mar despoblado de hojas con filos grisáceos, tronó el recuerdo en los prados y en la unidad del cuadrado, se sumergieron los triángulos, bajo los robles más altos. La realidad del pasado se hizo ver como un zarpazo y en los techo del condado del que les hablo, maulló una ronda de gatos, desnudos deshollinando, mientras caminaba apresurado.
– Y en una esquina atontada, gravitando, vio a una ex virgen, sin cordura, coitando…
Pero el siguió y vio a un costado, acostado sobre un lado, a un mendigo vuelto esclavo y a un niño rico robando. A un perdido aún a sus años, a un mago ciego estafado, a un borracho acelerado, al más lindo de los majos codiciados y a la maja garabato con más curvas que un viejo auto americano. Y se decía al bien pensarlo, no puede ser diferente, pues por supuesto he llegado, ni que he pecado gozando, andando a casa del diablo.
– Y en un antro, allí enterrado, con cola, rabo y quemado, se encontró a un asno…
Pero el siguió caminando, buscando una razón para ver tanto, sin olvidar que los árbitros nunca pierden, ni apostando. Liberando sedimentos de su más lejano antaño, corriendo a veces, fatigado y esquivando, también sediento, olvidando que el dolor se atenúa a ratos. Hurgando en huecos con sus huesos astillados, acogiéndose a su verso y titulándolo. Hacia la casa del diablo, al caso, al espacio en fuego abstracto imaginado.
‒ ¡A donde se incrustan en los mares los sargazos; y las llamas en el amor sabio!
– Y en un canto, en la costa, ya sentado, cantó al albor sin igual de realizarlo, ante la vista del paso, remando a brazos, abrazado al talismán del calendario, descontándolo.
‒ Andando a casa del diablo, mutando de gorila a sapo y luego a caballero extraño…
– ¡Imitándolo…!
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