martes, 19 de mayo de 2015

― Cuando no quede ya nada… – Oda a París

Tony Cantero Suarez en el Arco de Triunfo de Paris
 Al agua la suerte echada se navega en una barca donde angustias y esperanzas al marinero dan alas, para que vuele hacia playas donde sus sueños recalan, o para que acabe en atarrayas en los fondos donde encayan la mala suerte varada y las desgracias más vanas. Entre corales y algas fingiendo cual viudas trágicas, o en una fiesta mundana hecha sin lagrimas. Para que maldiga las razas contra corrientes titánicas, o para que al posarse plácido, sienta que la travesía ha terminado y se disponga a disfrutar mientras descansa, invisible ante las miradas.
 Y el marinero sin barca, o con esta cual metáfora apropiada para batallas bien arduas, tierra a la vista tirada y sensaciones amargas tras su espalda, cual sol se ilumine al alba y deje las velas plegadas, pues si no las ahorra estas se gastan cual las vidas apagadas al soplarlas. Para cuando intenten atarselas desplantar sus raíces desterradas, e ir a plantar su espada al borde de lineas largas donde las  heridas sanan al curarlas. Allí donde aún duerma en una pagina, a contemplar las estatuas y a escribir versos con calma, soñando con que está en su casa.
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 Y si un día llega hasta aquí, a ver Paname y su magia, cuando ya no quede nada, palpará la democracia y querrá vivirla a sus anchas para que contarlo valga. Pues siempre nos quedará París, aunque los ánimos decaigan y nos causen sus arcadas las más crudas añoranzas. Siempre nos quedará París y el albor que su ego emana, su luz divina plegaria, sus aromas y fragancias y la enfermiza distancia del mañana, vertida en fresas borrachas, socialmente emancipadas al podarlas. Y la cultura y sinrazón de la importancia del habla, colgada al Puente del Alma.
― ¡Siempre nos quedará París…!
Tony Cantero Suárez Chateau Rouge, Paris
 Sus Campos, sus muros, sus parques, sus frases chics y sus modales salvajes, que pasan por ser galantes. La inspiración en pensares, las modas que visten de arte, el orgullo de sus habitantes y sus gobernantes en dentales vestidos para ir al combate. Siempre nos quedará París y los recuerdos que nos traen sus inconfundibles lares. Y las nostalgias de los viejos caminantes, que esperan volver a pasearse por sus calles, para impregnarse de sus aires sin iguales. Con sus farolas de antes y su luz que no decae, aunque de alturas sin pares, siempre presagien calambres.
– Cuando no quede ya nada y todo acabe…
― ¡Siempre nos quedará París, aunque la vida nos cambie y la impresión vista de traje!
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