Pulcra la flor de guirnalda brota encendida de la rama donde ha esperado hasta el alba iluminando la sala. Y por pétalos se apaga placida, fecundada al vivir una madrugada mágica, colgada por las murallas, disfrutando serenatas. Sus aromas de manzana la entrelazan y sus espinas la aclimatan. El acordeón, la guitarra y la gélida impresión de una cañada, donde las hierbas y plantas bajo el sol viven roseadas, la relajan. Y en caracol se hace agua y se extasía al ser cortada, apagada al primer rayo en la ventana en que la atan.
Muda la voz sin garganta se vierte en baldes de gárgaras hechas de miel de naranja, quiere gritar que abre ingrávida, pero si habla la callan y termina ensalivada entre dientes, lengua y glándulas. Pero quien canta al mañana lleva en el pecho palabras que testimonian sus ganas, forja en crisoles sus flautas y rueda por lares de estampas donde los secretos del alma, se guardan en bocas cerradas. Surca el silencio una ráfaga, su sonido riega calma y de las frases que emanan, melódicas al escucharlas, se entiende a un corazón que ama.
― Ruda la cruenta distancia, que hasta avistando y acortándola, quedará donde uno vaya.
Allá y acá en una plaza enamorada, subiendo rampas por precipicios que bajan hasta que de laderas caiga ensimismada. Remontada cual montaña, de caderas rebozadas hasta que brote la nata de sus entrañas volcánicas, bullente de melaza orgasmica. Allí en la colina alta triste y lánguida, contando lagrimas cárnicas y como hiedra apresada a las butacas. Y aquí alegre en esta casa, pieza de cielo pegada, erizada plumas y alas y enroscada en una trampa para Hadas. Pues para vidas solitarias, sumar cuentas cuesta caro al mal contarlas.
― Hasta que sin firma, ni caratula, pulule a nervios sus canas y estas fluyan por su pecho liberadas, gimiente luna espermática escapando a una galaxia donde su estrella vea clara.
– Para decir que me ama, frente a frente y cara a cara, con su dulzura enigmática, pues cual hembra legendaria tatúa en su pecho palabras, que en sus adentros resaltan al sangrarlas.
― Y la imagen de su silueta incita a amarla como caiga, pues hasta aprecia regalármela desnuda y placida, iluminada en cada pagina contada; y como musa inspirándomelas.
– ¡La prosa, la estampa y las ganas, cual divina diosa exaltada vuelta mujer reclamándolas!
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