Mañana cuando esta rosa se abra en una orilla del Sena, se habrá cerrado una era y abierto el río entre mis venas que de distancias se irrigan, para suturar mis brechas con sus pétalos de cera, rojo nervios y azul perla.
Mañana lágrimas secas caerán sobre mis piernas cuales gotas de marea. Y a la sazón, otras húmedas, lloverán cual primavera sobre el contén y la verja.
Mañana el cielo y la tierra se unirán y cual quimera, brillará una estrella hueca en el confín de un cometa.
Y habrá París, aunque haya guerras, celos aunque no los tenga, paz, frescor y una contienda donde las sonrisas converjan en bocas que no se quejan, porque con besos se tientan. Mañana cuando lean mis letras imaginarán una rosa ebria que en el mañana florezca, añejada en hierbabuena y menta, en una pampa caribeña que en calores coquetea. Y habrá de todo lo que piensa aunque en mis versos no lean, palabras de ella.
– Y habrá amor aunque haya guerras; y el París de mis leyendas, de todas maneras…
‒ ¡Y por si al amanecer no me encuentran, mañanas ebrias; y rosas lelas!
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