Cuanto me cuesta ya creer que tú me quieres, que aún queda amor, que la ilusión crece con creces. Que aún sale el sol donde los fríos son perennes, que hace calor, que no hay dolor y el llanto es breve. Me cuesta tanto que si pienso te me duermes, en el silencio indiferente en que me tienes. Cual cruel domingo de un invierno en el que nieve, por lo no dicho, de lo que eres. Triste y ausente, bajo la lluvia, surcando ayeres.
‒ En la rendida soledad de un par que muere, como cables de destinos que desmienten.
– Tú me resientes y no encuentro tus aretes, te vas sin rumbo a donde no pueda tenerte, hacia tu mundo en la distancia donde pierdes, el tiempo viéndote, sola y sin verme…
Cuanto me cuesta consolarme una y mil veces, contar las idas, los regresos y los viernes. Los días sin ti que son más largos que diciembre, como me pesa el año en peso hasta noviembre. La soledad, la sinrazón y mis quehaceres. Lo recorrido, lo no hecho y el presente. Y como atesta la estación cuando no hay trenes, las horas puestas son desdichas transparentes, la soledad que se improvisa y te pervierte, hasta que pliegues.
‒ ¡Y como me pesa que entre olvidos me recuerdes!
Tú no comprendes que entre cielo y tierra haladas, pasan volando estrellas relucientes, que los cometas con astros merodeando, dejan la láctea enaltecida firmemente. En la soberbia intimidad donde oscurecen, sobre una cuesta acostados sobre el verde, con los lentes incrustados de juguetes. Y un sol que juega a ver la luna incandescente, frente al espejo en la caverna donde el hierve, en la infinita extremidad de un no me esperes.
Que cuesta menos que si las palabras hieren, que si en tu ausencia se dividen mis deberes. Menos que menos si las rosas no florecen, si el más allá se desorbita y cae perenne. Loca la vida, a la deriva, invisible y sin poderes. Pues quien no riega no cosecha ni aunque sueñe. Cuanto me cuesta enamorado estar alegre, como me afecta, pues sin ti todo me duele. Y cuanto me apremia ser feliz aunque no cuente, si tú lo eres.
– Que tanto me apena el saberte indiferente, me cuesta tanto que no olvido quien tú eres, pues como alivio me entretengo padeciéndote, pues tú omitiste, mi vida y muerte.
‒ En la página pasada en que me dejes, si es que no lees, por si no adviertes.
– ¡Cuanto me pesa que el adiós sea para siempre, si así lo quieres!
‒ No vuelvo a verte, no te me enseñes, porque no cuesta sentir sin que te observe…
– Sin ver que vuelves; y sin tenerte!
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