En la Tómbola de los desposeídos que se realiza en el piso de un edificio alto antiguo construido junto al rio que atraviesa este edén bíblico, frente una plaza y un bistró y sin vecinos contiguos que ojeen antes de pedir permiso. Hecho de flujos, con gruesos ladrillos y con aires de modernismo aunque haya sido construido hace ya siglos, quien sabe cuándo ahora mismo y poco importan los adjetivos, cuando el objetivo es preciso.
Con presupuestos pedidos para su obrar caritativo y gratuito. Tiene el interior decorado con motivos y sus muros están pintados de delirios, al estilo del prestigio conseguido desde que abrieron el recinto. Para algo dar a quienes no pueden ofrecerse ni la espuma, pues solo cuentan con el diámetro del anillo por donde jiñan y con su olvido. Y de la tómbola salen ricos los políticos, pues al dar legan al fisco, no al pueblo.
En la Tómbola de los desposeídos, la raíz cuadrada del sueño no alcanza el cero por ciento. No se le regala ni al fino, ni al cuerdo, ni al físico, ni al don fue, ni al bendecido, destinos para sí mismos. No se da nada gratuito, los servicios son vendidos, los contratos manuscritos y por supuesto el pasillo, es de mármol recogido en otros sitios, desposeyendo a extranjeros, quitándole a los pobres pisos, para dar a ricos un edificio.
Nada sencillo para ser benéfico, como el hartar del caudillo construido en el recinto, un susodicho mendigo que fuera el rey de los bandidos de este reino. Y que cuando se vio perdido les cedió hasta el cementerio a sus carceleros, otorgándoles puestos de ministros a quienes eran sus enemigos. Cambiándole el sentido al vuelto y dándole al peso medido la medida del hilo sin precio, sin esclarecer preceptos pero convenciendo.
– A este lugar que visito, a donde las sombras del camino, atraen espíritus de hueso…
En la Tómbola de los desposeídos, donde ni el amor, ni el ser digno valen por sus requerimientos. En la rifa donde los muertos encuentran sarcófagos fríos, fabricados para vivos. Donde con números ciegos se ganan sueños escépticos y donde con frijoles negros, se marca el blanco vacío, que separa del paraíso a quienes todo han perdido. Y donde el culto del genio se asemeja al sacrificio de lanzar de un precipicio al sin dinero.
– ¡A quienes creen que el deseo, rima con tengo sin tener cariño, a los mendigos!
‒ Y aquí me he sentado a oírlos, frente al hartar del caudillo, que si fue listo.
– Oh, o noble, especifico…
‒ ¡Para haber saqueado la Tómbola de los desposeídos!
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