domingo, 1 de noviembre de 2015

– A Palacio, sin desdeño…

Dali y e desempleado by Ariel Arias
 Nadie aún ha escuchado, gritar, a Palacio. Sus cimientos quebrantados ya no soportan su peso y el sentido de sus pasos, de afuera gira hacia el centro, cual remolinos de viento lanzandole palos sueltos. Como castillo de cartas tirado desde el más adentro, sin enunciar tiempos buenos. Por eso aún nadie ha escuchado gritar a Palacio, pues su garganta es un hueco hondo y ciego, donde se esconde en silencio y en ruidos queda apresado, huyendo.
 Vive en este barrio, donde en los bancos de ingenios incubamos sin tener dinero, solo por contar, aunque los hechos sean viejos. No tiene trabajo, ni sueldo, no posee nada en concreto, solo un pecho perforado por flagelos que el ha sellado cociendolo, sin ser medico. No tiene amores, o nunca los vemos, o no los entendemos puesto que los extranjeros tenemos lenguajes discretos y solo hablamos de momentos, de esfuerzos, lejos.
– Sin rodeos, ni lamentos…
– Por eso aún nadie ha escuchado gritar a Palacio, pues para cercos cerrados no hay remedios; y la voz enfría los sesos, confundiendo el aliento histérico, con rezos muertos…
 Apuntalado en su techo cuelga un trozo de madero, la pintura está cayendo y en la cocina, sin fuego, hierven sus huevos erectos, para ponerselos luego. El agua cae el año entero y en otoño y en invierno, el río se cuela sin respeto, a inundar su apartamento. Sus amigos desaparecieron y a su familia la desconocemos, pues solo sufre en los bajos, por recuerdos. Pero aún nadie ha escuchado gritar a Palacio, pues su verdad, no es del pueblo.
 Y si le hubieran dicho, sujeto, venga a bañarse ese cuerpo que huele a cuero, a cebo y a musgos de cementerio. Está hecho leña, caballero, vuestras ojeras son fetos paridos por un vientre ardiendo. Ya no es derecho, ni izquierdo y se le cae hasta el salero; y vuestro rostro puro y tierno, no es el de otrora, jovenzuelo. Lo invitamos compañero, revele sus secretos con nosotros los pequeños, con los que tampoco tenemos, pero aún nos quedan sueños.
– Y ayer por fin, ya lo estaban recogiendo, pues entero, partió Palacio hacia el cielo sin que lo oyéramos; y no dijo ni una palabra, ni que era malo, ni bueno, solo entendimos su eco…
― ¡No cejen, ni aunque sean ambidiestros…!
– Pero aún nadie ha escuchado gritar a Palacio, no creo, pues secó y dijo, nos vemos y se fue bien lejos, sin haberse hecho ni el muerto, las rudas penas le enmudecieron el ceño…
– Por desdeño, sin quererlo…
– ¡Y nadie escuchó gritar, a Palacio, o se hicieron, los huecos!
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