De oro fino y bien dorado vi una Pepita rodando al final de este verano, lanzada iba cuesta abajo salida de darse un baño, aromático y en solitario. Esbelta y con talones altos, vestido de hilos torneados para su cuerpo de encanto, aquilatada de gramos y con fuego en el espinazo. Bolso bordado de un lado, que se le abría porque ondulaba rápido. Medias finas, dientes blancos, cabellos atacados sobre el cráneo y en su pecho repujado para darlo, un medallón decorado con los diamantes más raros, encontrados bajo un árbol del jurásico.
– Y vendidos sin pasar trabajo por joyeros de su barrio, que cuales Heraldos con su banco, cerraron el contrato que he firmado con mis manos, cual sabio abogado de un Diablo laico.
– Que no cree ni en su estado, ni en las caídas de ánimos, ni en su madre, ni en fulano el malo, ni en sus pasos; y para probar lo que hago, vengo de ganarle a un Santo cuatro años.
E imagine que quien cuida lo apostado, dicta la ley al contrario y solo cede rentandolo como mercenario. Y por cierto de la agradable Pepita, aún cuesta tanto como antaño y su peso no ha variado, pues ella se embellece a diario y cuida bien su trabajo. Y de los diamantes que hablamos, bien, allá en la casa del Diablo. Bajo un árbol, escuchando lo que a usted le estoy contando, resguardados. Listos para ser comprados por Caballeros románticos, que los darán a Heraldos, que conocen a abogados, que arreglaran el contrato.
– Y las facturas que a cambio, traerán dinero del banco, para pagarnos lo osado…
– Renunciando a hacer el pacto, si no es tanto lo apostado, pues ni con oro el milagro cae en las manos; y venderse cuesta caro, incluso a los mercenarios y a los jinetes mundanos.
– Diga usted, cuanto apuesta a que le resuelvo el caos que le han causado, piénselo bien pues es usted el apurado; y no olvide pagar mis honorarios, de antemanos, sin contarlo…
― ¡Pues entre impuestos y palos, tendré igual que ganar algo, bien sudado!
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Emboscada, Paraguay
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