Sofocandole su sabrosa boca tentadora y llenándosela a baldes para que eructe espumosa, de masa de mango hervido en la cola de una góndola y de pétalos de magnolias, florecidas a la aurora. Mezclando sus enzimas de Afrodita con las mías, sin pesadillas. Explorandola plácido y dándole lengua en el canal de los relajos, hasta que gotee desbordando, para que ondule rítmica con sus cárnicas rodillas. Y hasta en silencio cantando, enamorados gritando y al mismo tiempo gozando mientras nos olemos, tostandonos, vueltos cominos.
– Horneando su vientre mágico con gotas de fomentado y aderezandolo con leche a tragos, adobandola y catandola parado, sin sal ni ajo; y a sus ovarios con dale manos, exitandolos.
Soltando mis dedos cándidos a acariciar su espinazo rebozado, con pura sangre de diabla que al nacer engatusaron, sin violencias, ni maltratos. Gravitando bocabajo por universos cefálicos acomodados, donde Venus llueve a cántaros, sudando orgasmos. Y por esquinas silbando, contento como los sabios que han descubierto amor sano. E intentando escuchar sus labios, queriendo decir te amo sobre los míos atados al dulcemente besarnos. Sobre la mesa, en el cuarto, entre cortinas rodando y hasta en versos inspirados, guapos al párrafo.
– Y en la cocina bailando, con copas que no cuartearon, cuando brindando explotamos…
– Antes de cenar borrachos nuestro suculento plato preparado a cuatro manos, con gusto a mango y a poesías que han ahumado sobre planchas con ingredientes cárnicos, cocinados.
― ¡Sin sal, ni ajo!
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