Dicen que desde que pensamos se fue endulzando el orgasmo, primero dabamos gritos y nos tirabamos palos, luego sembrabamos trigo y en goletas navegabamos. Combatiamos cuales simios contra nosotros los bárbaros, haciendo honor al pasado, cuando aún homos nos llamábamos. Nos colgabamos, picabamos, nos dabamos lengua abajo y hasta a veces terminabamos, acostados bajo un árbol. Haciendo caldo sudados, sucios y llenos de fango, el mismo acto que hoy los humanos, hacemos más bien embarrandonos, titulandolo relajo.
Y así pasamos de gajos, de las cuevas y los campos, de las chozas y los áticos, a los salones de Palacios y a los leones de Prados. A las salas de las casas y a casarnos, para vivir el calvario enredados entre paños mojados, inmolándonos. Hasta que un dia apurado, Justo se mordió los labios al escuchar que Esperanza, a su oído le gimió un yo te amo, mientras la estaba desnudando. Y que se lo repitió susurrado, mientras ondulaba sin paños endiablada ante cadalso; y el sangrando respondió, divino vientre, al ombligo enarbolado.
Hasta que goteando le explotara sus ovarios, apresandoselos, para cual macho pasmado eludir el nos amamos, tinto el vaso y la erección al cuadrado, cuál cubismo, redondeandolo. Y cuentan que el primer poemario costó caro, pues ella rosada y el flechado, aquejó la firma del bardo sobre la eternidad del piano, que tocando legó ritmos atados ortográficos. Y acto seguido inspirado siguió quitandole bajo hasta que calaron desnudos, la melodía gravitando a coito alto; y ella con espinas en sus manos, hincandolo.
Luego vinieron maletas, tiempos y rumbos cualquieras, guerras, puercas, tierras puestas y talismanes en pena. Allá y acá se oyeron jergas, bombas, palabras y expresiones nuevas; y trompetas zalameras. Porque el relajo aún nos queda, bajo las tormentas, tras las fiestas y el día que sea. Sin que la hora sea un problema y sin necesidad de botellas, aunque casi nunca falten estas. Y viejos bardos que a doncellas aún cortejan y que en sus balcones esperan, que su guitarra les vuelva. De rodillas en la puerta, cual flor en la marea, abiertas.
– Y a piernas sueltas la escena degenera, forman retreta en el parque y en la glorieta la dejan para invadir con aromas tienta caderas, que los adentros calientan, hasta que pegan.
– Hoy encendemos chimeneas, velas blancas, candilejas, rastro de sangre en esperma, cera; y aún mágicas cigüeñas empaquetan recuerdos de Adán y Eva, resultados de las juergas…
Pues aunque el sol se nos pierda tras las estrellas viajeras, mientras la luna lo cela llorando en las noches negras, soltando sal de placenta sin rondas de primavera, el clímax nos da las sorpresas que casi nunca se esperan. Y en sus fiestas y verbenas, todo se olvida, se matan fieras. Se da al dedillo, se pide a fuerza y con la poca que queda, se da otra vuelta por si la estufa refresca, que no ceda. Y viene quien más nos quiera, a rol de metas, a vueltas, vueltas, rodando enteras. Con las manos en el pecho y con la lengua en las orejas.
― Y a pura fresa orgasmos llegan, otros se pierden, ciertos se aferran, la voz que hierve y el cuerpo alegre, las manos plenas; y si a caricias, la voz le tienta, vuelva a moverse y veala…
– ¡Sea consciente y dela, a vueltas, vueltas y a las caderas, ponga luz verde…; y sueltelas!
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