En esta plaza brota la hierba silvestre y no hay rosales, hay gente y no hay glorietas, ni agua en las fuentes. Se asemeja a los parques del oriente con bancos de mosaico y suelo de adoquines. Y a los de occidente, pues dos mujeres fervientes, se alzan con el vientre imberbe cual lujuria para fieles, sobre un pedestal de remembranzas de sus héroes. Y aquí, en el panteón de las razas, fundado por la estirpe de la tierra que en estos lares se yergue en honor a la madre patria, vine a sepultar mi lira para que entre ellos se quede.
– En las ruinas de Plaza España, al suroeste donde nunca llueve, bajo una palmera que crece rodeada de árboles verdes, que cual asta de bandera ondula pues si no se tuerce…
En el suelo seco de este ribete de Argentina, frente a unos pinos que duermen, dejo mi amor por una mendocina, atesorado en el césped. Y si hasta aquí mis pasos vuelven antes de que la muerte me lleve, si es que el idilio reaparece, les cantaré a sus mujeres las nanas de la flor de leche. Y a quien se encuentre mi lira, aunque mi nombre no deje, le pido que la toque con energía, pues los poetas no temen. Marcando el tempo silente del eterno albor de mente, que yo por ella sentía y que hoy en mis entrañas se revuelve.
– Y si encuentra a mi mendocina, a la jueza de mis sienes, a mi ente, dígale que fue mi guía, e igual mi vida perenne; y que siempre viva, viva, la siempreviva hecha en leche.
– ¡Y que aunque de mi ni se acuerde, que recuerde, que nuestra dicha fue mítica!
– Que aquí estuve un día presente y ausente estuvo mi estima, que por aquí anduve con mis rimas escribiendo versos gérmenes; y aquí dejare mi lira para que este suelo alegre.
– Para que renazca de las ruinas, de esta Plaza de mujeres…
– ¡Y que siempre viva, viva, la siempreviva luciente!
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