Entre copas tintas lilas corrieron gotas sin prisa bordadas de siemprevivas, de una mirada a la silla se presume que vacía, sola y fría allí en la esquina se eterniza. La lámpara blanca, un prisma y una luz que como fuego arde encendida. Se entremezclan las costillas y dos almas parecidas, cuales sombras desvestidas y tibias, se vacilan derretidas ondulando ante un espejo en que se pintan, reflejando sin tormentas, dichas.
Perpetuando el destello en flor de tiza sobre una pizarra en que describan melodías, inspiradas del fervor de quienes se dedican, de las calientes, las frías y las híbridas. De las cabezas fornidas y de los que el don sella y pica, cuando menos esperaban la utopía. Y del sabor que vindica, la expresión de una razón cuando es precisa. De ella, de él, de sus pifias, del color y de pasiones seguidillas, de sus manos, del perdón y de la mítica.
– De un apretón de rodillas de pesos en caída, de la química, la envidia y de la estima…
‒ ¡Y del caos que crea la rítmica cuando entre copas bebidas, vierten liras mata lírica!
Y se escucha un concierto de martillos, de perforadoras y de limas, que elevan la obra maestra al pináculo de las porfías. A la orgía sobre cabillas resentidas, por un ruidoso tambor de pesadillas. La melodía maldita, la bulla empírica. El caos de tripas que se escuchan al unísono, orando pervertidas. Una detrás de otra, a la mitad y después pon, metales, todas perdidas, a algunas, a ninguna, silencio, una y las bombillas dinamitan.
– El tempo rima la tiza que se hace tinta de olivas, las guirnaldas se iluminan, el cantor los vivifica y del balcón de la esquina, se ve un sillón donde fornican, horas seguidas…
‒ ¡Y ven caricias, adobando en la cocina sombras libidas!
Una pizarra donde bailen ondulando faltas mínimas, frente a cristales que abriguen alegrías. Y el reflejo de la clara luz del día, sobre la oscura noche magnifica. La estatua de recuerdos que ventilan, en la enorme intimidad de quienes no se fían, de quienes se tiren al vacío porque excita. De quienes fían con corazón lo que les pida, la dulce y tierna voz de quien le gima, por venturas, desventuras y malicias sin sus medias tintas.
Sobre negro en blancas letras de humo límpidas, que reciban con vela voces activas, en imanes de hormigón bien derretidas. Entre rezos que al calor salpiquen rimas, en poesías. Sobre sombras que entre luces se acarician, como gotas, en la silla rescatada de la esquina. En la inquieta soledad que el karma exija, a la calma de una frase anímica, en la cama de un diván aún sin cortinas, para decirle te amo a quien lo pida de rodillas.
– Sintiendo palpitar sus corazones pura vida y cuando apuran, les gime y grita mientras germina; y en la ventana sin caos, ni prisa, tierno y tranquila, gozan la vida…
‒ ¡Cual encantada melodía que a verso aspira, la escucha nítida, resaltada por la lira!
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