sábado, 27 de octubre de 2012

La fabula del pececillo bohemio…



Lo vi llorando en silencio justo a la orilla de un rio,
llegó del mar hace tiempo, tomó un camino
perdido. Zarpó bajo barcos viejos y se hundió allá
en puerto lamentos, surcó mareas y vientos y olas
de sufrimientos ternos; nadó, remó y quedó ciego.
 
Y mendigó hasta el exceso por el amor de una
pececilla en celos; que no encontró ni en mis versos.
 
¡Lo vi llorando en silencio; y lo ayudé con su anzuelo!
 
Tenía en los ojos luceros grandes como dos soles
tercos. Y por sus escamas el pretérito se entramaba en  
desconsuelo y en sueños viejos no hechos. La boca
abierta y hambriento lo vi tirado en el suelo; y le ayudé
con su anzuelo, al pobre pececillo bohemio…  
 
Y me lo llevé corriendo con la intención de comérmelo,
de hacer con él la receta de una cena a velas puestas,
de servirlo a mesa llena ornada de perlas frescas, con
vino tinto y galletas. Y él me grito enfurecido desde el
fondo del cardero y aderezado en su abismo…
 
Olía a salsa de bonito y a tomate en agua hirviendo:
 
¿Qué me haces compañero?
¡Lo que te conté es en serio!
 
Soy sincero cuando te digo que enfermé de amor
eterno y de sentimientos alérgicos. De deseos de
besos buenos y de paseos coralinos con ella al lado
nadando, sonriendo a nuestros hijos pececitos; por    
eso vine de mar adentro, a buscarla por el ríos.  
 
Para que sepa que he vuelto como los amantes
bohemios, porque Cupido en un sueño, me flechó y
le dejó un hueco a mi corazón quimérico. La busqué
entre barcos veleros por los piratas hundidos; y del
Egeo al mar Negro, me inundé por todos sitios.  
 
¡Versé lagrimas al Nilo como hasta hoy no ha llovido;
y pasé frio en una laguna que bordeaba el Amazonas!
 
Y que por las mareas y a nervios mi espinazo puso
viejo el sufrimiento, porque nunca más volví a verla,
ni en un cuento con tus versos. Y porque sus besos me
huyeron; ya no sirvo para cenas compañero. Yo estoy
duro como un hueso y mi masa sabe viseras de perro.
 
Me puse viejo corriendo detrás del amor eterno; y
no la vi ni en tus versos, viví un letargo en destierro.
 
La busqué por universos sumergido donde no encontré
remedios que curaran sentimientos cruentos y heridos
de sufrimiento. Quise su amor cuerpo a cuerpo y solo
me fundí en el hielo bajo tormentos en témpanos;
yo no sirvo para cenas, pues no alimento cerebros.
 
¡Lo que ves es lo que queda de mis fuegos!
 
Pues no la vi ni en tus versos compañero, ni en el
caldero en el que hiervo las espinas afiladas contra
el pecho. Ni a las orillas del rio donde encontraste
mis restos. Yo no sirvo para cenas compañero, pues
mi masa sabe a nervios enfermos del pensamiento.
 
Me puse viejo nadando detrás de una pececilla en
celos; y no la vi ni en tus versos ni ese destierro que
te cuento. Ni en el caldero en que hiervo donde en
tu salsa me quemo. Yo no sirvo para cenas
compañero; convéncete que te hablo en serio.
 
Y no miento, si me sacas del caldero parto lejos.
 
Devuélveme de nuevo al agua y luego observa en
silencio como volveré a buscarla; ya que no está
ni en tus versos ni en el infierno en que hiervo. Y
si me liberas prometo de revelarte el secreto de
los amores eternos; de esos que se mueren viejos.
 
Y lo liberé corriendo, lo saqué de aquel caldero
que parecía un cementerio. Y medio quemado y
reseco me dijo: Los sentimientos buenos, no mueren
ni aunque pase el tiempo. Pues como vez, yo aun
no me he muerto; y no la encontré ni en tu versos.

 
Picture by Caroline Verpilleux
http://www.lafeeverte.eu/ 


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