lunes, 4 de noviembre de 2013

Del desierto.

Una vez cambié de rumbo cansado de deambular por el camino que me habían inculcado desde niño, dejé la Urbe y su espectro represivo y egocéntrico y fui a parar a lo más profundo del hueco áspero y oscuro por donde se sale del pueblo. Rodando en sentido opuesto del seguido con empeño, me fui a rodar, por los ruedos cual tareco; – y redundando llegué lejos con mis huesos, al lugar que ahora describo en este cuento.
- Y no fue un juego, mis Damas y Caballeros, pues si hablo en serio al comienzo, al final verán que vuelvo.
‒ ¡Que no hay misterios con cerebro, ni galantes carboneros, ni puros genios que sean serios sin destierro!
Me fui al cimiento hecho de arena sin cemento al que casi todos le tememos, al segmento incivilizado del ciudadano vuelto objeto subsistiendo en paralelo con su tiempo. Presumiendo pero secos, deseosos de llegar al día primero, sin salarios suficientes y aún contentos. A mil leguas de aquel sueño adolorido por la torpe realidad del cruel y mezquino exilio, al corazón del delirio corrosivo que conocemos reviviendo.
Al reparto de los alérgicos empedernidos de la existencia con vicios, a la fuente del jardín de los toreros y de las ratas de circo. Al edén donde las hembras sin tornillos hacen de locas en ritos, al siniestro parquecito donde se le llama amigo a quien dormido no vea nítido, al hartar del maquiavelismo bélico que subyuga los reflejos con sus trinos de angelitos grillos. A las venas del ombligo del soldado redimido pereciendo bajo un vendaval de sismos, con la corona de olivos y sin manteca en mi caldero para puercos.
‒ Y hasta pasé por el filtro donde al superlativo disminuyen los sentimientos sinceros y se atrapan los groseros padeciéndolos. Al todo blanco, todo negro, del dios pequeño de los grandes acontecimientos.
Hasta allá lejos me fui viviendo y no fue en sueños, pues tuve que arar despierto y remar en el Oasis del olvido consentido del recuerdo. Hasta allá llegué en silencio, hasta elVedado malévolo de la desilusión con ejemplos de modelos sempiternos, que al fin y al cabo no dan meritos, aunque con métodos desandemos.
‒ Y hubo rezos al madero, con la cruz del sufrimiento echada en peso y puesta al sol cual caramelo, derritiendo; y encabronado y rugiendo, comiendo dátiles viejos e hincando a un cactus sangriento…
- Sonreí sereno, ahuyentando los muñecos, a los tercos compañeros pendencieros y a los sujetos del Reino.
Que se comportaron como necios, cual castas del lloriqueo con pañuelo, sin remedios para luego y sedientas sus mandíbulas del morbo empírico que los animales tenemos. Y cazé para almorzar sin apetito, sus lamentos altaneros. Y descubriendo en la intención que había podrido, reventaron las entrañas de mis pelos. Y dudé de mi aspiración sin sentir celos, e intentando enderezarme me torcieron. Y al revés y sin derechos seguí izquierdo. Y tenté mi redención con sacrificios y sin ruegos; y en cenizas al calvario dejé en fuego.
‒ Y no ladré, pues nada tengo de perro, ni mordí a mis enemigos en el paseo que nos dimos discutiendo, aposté a que la razón lleva argumentos; y convencí a los que sumieron en el desprecio mis deseos…
Y llovió, tronó y mojó hasta en año nuevo, en febrero escuché gritos de te quiero, en agosto se agotó mi hoja de esfuerzos; y en noviembre el cruel otoño trajo espectros y tormento de nostalgias que se oyeron. Y en las nieves calenté mi frio invierno sin aleros y sin techo, con los besos de mi musa de tintero. Y quemé mi condición de maloliente, una tarde a la apertura de un concierto, pues a una voz llena de luz le escuché un vuelve, que la aventura termine en un buen puerto. Que la altura de tu cielo, sea un universo de versos.
- Que tus rimas incansables se hagan himno, que lo canten quienes se crean perdidos. Dale lengua al qué dirán pues has vencido, alcanzando libertad siendo distinto. - Dale lengua al qué dirán, sin lamer filo…
‒ Y abrí la vista, pues quien mira llega siempre a su destino y no se inquieta por ser héroe, ni sirviente, ni molino. Y vi detrás de mí a un Duende en vilo, con mi brújula ajustada en su bolsillo, apuntando hacia el comienzo con su dedo agradecido y maldiciendo lo ya dicho, pues no hay consejo divino. E indicándome el camino correcto para arribar a estos predios, después del largo desierto de donde ahora mismo llego…
‒ ¡Sin arrepentimientos ni peros, pues quien sin miedos destuerce su destino; se confronta con sí mismo!

Picture courtesy of Vincent Tessier
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