Por esta acera a la izquierda y pasadas dos cuadras rectas, atravesando en la esquina y doblando hacia la derecha, andando a piernas se entra por un callejón que comienza justo a donde el faro ciega, cuando baja la marea en la caleta. Y ya llegando, por un camino de piedras, con hierbas y arena que deja blancas las suelas, hay una verja pintada de verde con aires de leyenda ajena, alta como las estrellas y sin numero en la puerta. Y allí, se alza sobre un árbol escalera el casón con azotea donde verás una escena gélida, si te concentras.
– Y cuando la veas, no pierdas la cabeza, no le mires a sus piernas y ni siquiera agua bebas..; y por si una historia te tienta, siéntate, que tiempo queda para contarte la nuestra…
Hace años, tantos, que solo recuerdos me quedan pues aún muy joven yo era, paseando por allí cerca, tropecé con una botella, que había recalado de afuera. La recogí de las rocas y quise ver de que era, pues su etiqueta era seria. Pero al abrirla, a sabiendas de que los espíritus celan en sus fondo y no sobre las mesas, salio de ella una sirena sin cola pero con entrepiernas, oliendo a carne con medias. Y me dijo, pensando que tenia remos, marinero, yo soy la presa de la carabela negra, que navega, que enciende velas y encera, que lo sepas.
– Yo soy la tentación de los Profetas y doy a quien me libera, el colcho entero y la muestra de mis agallas ya ebria; y quien me abraza y calienta, se ilumina relajando en mi goleta…
Dio dos pasos, volvió al tema y se hizo agua reverberandome la tierra, me onduló por un costado enterneciendome a ratos y el ceño con sus escamas, me hundió mientras nos robosábamos. Y bajo el sol, sofocando, hacia el casón que te he contado, encontramos los guizazos gravitando y sin silbar los pisamos. Nos desnudamos nadando en un lago donde las ranas croaban a los sapos, diciéndoles, basta, croando. Y me dio su pecho lánguido al tomárselo, apretándolo; y lo batí como helado, como no lo habían tocado, acariciándoselo.
– En fin, el cuento es tan largo que hoy para poder contártelo, tendría que volver a antaño.
Y la botella olvidamos, ya vacía, en la azotea donde recalamos, coitando, después de saltar la verja con la mollera en las botas. Con sus brazos y mis brazos, haciendo lazos abrazados; y apretujados gateando, enlazándonos iluminados. Con su molleja sulfurando tinta en blanco y vino en clímax añejado; y cual una pomarrosa en paños, resbalando en la escalera. Y por advertirte aún me queda, decirte que con licor cierra una tienda y se abre ella. Y ya vete, recupera mi cabeza rápido, regresa y no intentes del balcón ver las estrellas.
― No busques si al horizonte hay nubes negras, que de día las consciencias se inoculan la tormenta cuando truena en la caleta; y suelen traer poemas, de raras especies que navegan.
– Con locas retoricas de esas que nos hacen perder las cabezas entre piernas; y buscamos coherencia cuando las canas otean, pues en calores y juergas siempre terminamos sin ellas.
– ¡Al volver ponla en la mesa, la botella; y al partir tira la puerta, por si su espíritu riegas…!
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