jueves, 5 de noviembre de 2015

Espejo inverso.

Espejo inversos
 Del otro lado del verbo donde en lo oscuro nos vemos, existe un lugar ecléctico y aunque vibrante sereno, donde dudas y criterios aprenden a vivir entre ellos, pujando en serio, marcandonos el pensamiento con lo hecho y asimilando en silencio, por supuesto. Y si cerramos los ojos, los vemos, e incluso con estos abiertos y despiertos frente al espejo, pasan rodando los necios, recalcando los deseos que peleandose aclimatan frios pechos.
 Abro mis ojos, la veo, cual bestia salta ante mi rostro y cuáles cortinas, los cierro. Me mira, la pierdo, se vuelve humo, muestra su cola, la fumo, la bebo y me explota el pulso, su aliento. La intercepto y le pregunto, nos vemos, le llega el eco, responde, de acuerdo. Y en un crisol echa cilicio salamero, se pega, la siento y mientras llego la beso y no la dejo, porque si termina el sueño volveré a donde no la tengo, a consolarme al espejo, desecho.
– Y entre pedazos de espectros, mudo ilumino su reflejo y a las cortinas el viento bate hacia afuera, hacia adentro y en un distante sendero, vuelve su bestia de hembra a mi recuerdo…
– Del otro lado del cerco, donde imprudente el misterio, cuál obrero, cava harto su hueco.
 Apuro el limbo al cerebro, acelero frotando el espejo, pido deseos, ella viniendo y en rastros de noches, nos vemos. Se aparece, la consiento, sus ojos grandes de felina de bohemios arden en el cielo, abiertos. Los mios de llama apagada bajo aguaceros, corriendo buscan sus besos. Rugiendo se alza los senos, la distraigo, la acaricio, la penetro y en la selva de su manza Venus que lujuriosa entrega, respira hondo y me da sus sentimientos.
– Y ya desnudos, por el suelo me clava uñas, la aprieto, ruge, maulla, me da su piel cuando apuesto, a que si llega la acuesto, nos mordemos y hasta el espejo entra al sueño, convexo.
– Siento sus muelas, grita, te como, la nombro, me azota y desvelado pernocto, paso la noche entre destrozos, cazo su bestia, la devoro y en el salón donde como, sus restos boto.
 Pero una presa endiablada nunca escapa a sus demonios, vuelve a gemir y la apodo, mientras por mi cuero brota un mar de polvo, escuchando sus sollozos y enamorandole el todo. Y puesto que aún me quedan sorbos, igual la adoro. Me doy a ella, me abandono y entre sus cadenas para fiera, me atoro. Me pinto de oro y la emociono, le cubro el rostro, le saco fotos y loco le doy goloso, lo que me piden sus poros. Y en nuevos fuegos, me inmolo.
– Y su bestia dulce y tierna, me sacude, lame y lógico, se escapa al cosmos, pateando oro…
– Y el espejo poderoso estalla entre mis manos y aunque sangradas y roto, lo cuestiono, regresa y me responde, pronto, porque lo amado se tienta, si en lo profundo se desea todo.
– Si se quiere tener polos, cóncavos y tórridos, las dudas y los criterios, propios, del otro…
― ¡Y mientras al espectro morbido, le queden ojos!
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