Los escalones que llevan hasta El Pico de la Sierra, terminan frente a una verja tan alta como las estrellas, que rodea a un chalet en piedra, cuidado por perras negras. Los pasos de quienes llegan los corta una férrea puerta, que se impone para que no se vea la que adentro vive presa. Las bugambilias la enredan, entre palmeras se recrea y las losas perpetúan su existencia. Viste de fino y de estola y es elegante en presencia, pero sin llave se ausenta. Se le perdió un día en la escuela, por eso sola se cuenta, anulada en su planeta.
– Vive el calvario en la tierra y por el cielo sin verla, gravita a piernas, que lastima que no este suelta para a canillas tenerla, meterla en mis maletas; y llevarmela a donde ella desea.
– Y por eso cada tarde hasta aquí subo yo a verla, a esperar a que su puerta un día me ceda, a susurrarle a las piedras que soy más duro que ellas, partiendolas para que me crean…
A los lados del camino que lleva hasta donde les he dicho, los abedules, los pinos y los almendros se yerguen rígidos, cuales hierbas, por capricho. A la sombra se oyen trinos, las brisas recuerdan himnos, las cigarras tras los grillos dejan a estos perdidos y alejados del bullicio; y los amantes se hacen sitios en los limpios, con el mar como objetivo. Paisajes de paraíso aún no descritos, los que hasta hoy me he traído. Imagenes de pergaminos con visiones del destino salidas al improvisto como un sismo, que me abra la verja de un tiro.
En los altos de la puerta se alzaba un letrero corrido por las lluvias que han caído, sobre su marco desecho, hecho con gestos fingidos por carpinteros cretinos que se las dieron de listos. Las letras sin voz, ni eco anuncian bajo aguaceros que donde viven vaqueros, hay estiércol. Pues no se escuchan suspiros, ni ovejeos en el reino. La Doña vive en retiro alejada de lo ajeno, ajena a lo conocido y enajenada de ejemplos. Que cual marido se ha puesto para expresar que ha vivido lento, pues cruentos tiempos perdidos, no son hechos.
– A sabiendas que en encierros, no hay contentos; y que la nata de queso, no es membrillo.
Y el letrero se ha caído este domingo, sobre una flor que le había traído, que recogí bajo pinos descansandome en un limpio, contemplando a los amigos y a los niños, loco con ella sin limbo, surcando rumbos perdidos. Esperando en otro sitios a que se abriera el Olimpo, para vuelto un Dios rendido arrodillarme ante su mito y ofrecerle amor divino, a cambio del Panteon Onírico. Susurrandole con trinos que si existen pajaritos, yo tengo pico; y beso rico, sobre ladrillos. Y que si miro hacia adentro, es porque ella me lo pide y yo le silbo.
– Pero la puerta es de hierro y no se le abre ni un hueco, ni aunque me vuelva martillo…; y si compro un catalejo, ni siquiera llego lejos, o yo mismo la desaparezco, pues no la veo…
– La California por cierto, cuales ruinas de florero, reza el letrero en el suelo, sobre pétalos.
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