La luz al cuarto apagado entraba desde la sala donde habían velas y vasos que sobre la mesa dejamos antes de acostarnos. El humo hacia hilos blancos y el cielo raso grisáceo simulaba a la vía láctea nublada por un negro espacio, con espectros confinados gravitando. El piso estaba mojado, dejó un vestido colgando, un sostenedor de sacos, un aliciente de labios y un pantalón camuflado, predecían que allí tirados, éramos dos que jugábamos en la oscuridad, encantados, expurgándonos desnudos y sudados, dos orgasmos.
El ambiente olía a tabaco, a fresca esencia de baño, a whisky, a cola, a flechazos y a mariposas volando. Y en la alcoba sementaron tiernos pétalos de relicario, abiertos sobre un candelabro largo, dorado. Las melodías que escuchamos hacían bailar sin pararnos, sobre el colchón sofocados dimos más vueltas que un carro, nos pedimos, nos juramos, nos dimos y nos pegamos y para el colmo colmarnos nos rozamos sin tocarnos y nos rendimos armados, gozandonos. Y por si no se excitaron, imaginense consumando el acto, un rato.
– Cuales testigos de cargo, sin obligarlos, porque lo osaron…
Nuestras voces de timbres graves convergían cuando cantábamos, se confundían gimiendo y se mezclaban cuando gritabamos, Dios estuvo allí atontado, contemplando mientras lo renegábamos, ella le oró al más sagrado y se arrodilló aspirando cual deidad ante un mandato. Yo la abraze y entre mis brazos ardiente me susurró te amo, la besé ávido, me retó atado y nos sumamos imitando el mismo paso. La apreté dándonos, le exigí al máximo y se dió al cuadrado. Y lean que delírio, que húmedo cuadro, el que pintamos.
– Ya son testigos de cargo pues presenciaron lo que protagonizamos en el cuarto, apagado.
– ¡Y podrán contarnos sin cráneo, ya realizados…!
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