lunes, 11 de enero de 2016

El dolor en los tiempos del ébola.

Taza humeante
 Hay épocas que en que al levantarnos y sin que nos duela ni un hueso, nos creemos sucios restos que cernieron sobre precipicios huecos, por negros, solo por eso. Hecho tiras el pellejo y el cerebro parapléjico, vueltos negativos, inevitablemente alérgicos y careciendo de ego, nos creemos. Aunque frente a nuestros ojos, cual la insípida alba rociada del cruel veneno del recuerdo, la vida amanezca de nuevo y con ella el pensamiento. Sin más remedios que cesos y podemos, como escépticos seres muertos removiendo ecos, coléricos.
 Vencidos por los nos veremos que nunca vimos ser hechos, perdidos ante el vil suspiro de amar como si fuéramos perros, de erguirnos homogéneos como prometido y de existir por buenos motivos, orgullosos de nosotros mismo y dignos por nuestros designios. Y nos decimos, que si los humanos sintiéramos como los animales, el mundo fuera más lindo. Y coincidimos, con consejos que no oímos, con nostalgias por capricho y sin más himno, nos rendimos. Enfermos de algún germen vivo, que nos nubla el firmamento hasta pudrirnos.
 Y al primer café acompañado de un cigarrillo, el primero o el enésimo, el bruto, el asesino o el onírico, da lo mismo. Con picadura de pelos o colas de cepillo, da lo mismo, el calor monta y los ojos abrimos, la taza a gotas trae sonidos y los pies sin botas, andan caminos por donde quisimos, habernos visto. Hoy es domingo, ayer fue híbrido, fue bravo y pírrico y hasta bonito. Mañana un hilo será si el libro, sigue destinos reconstruyendo y nos unimos. Y nos decimos al percibirnos nulos, que proseguimos por automatismos, vivos.
– Y nos reiteramos, pues nos oímos, tristes, solitos, llenos de bríos y con energías en el pito.
Amor al piano
 Que paso a paso se va a morirnos, que el trago fino pudo estar listo, que no hubo aviso y que el buen delirio quedó tendido, pues ya hasta el piso, tuerce tornillos. Que bajo pinos no convencimos con nuestros trinos, que el beso en miel durará siglos, que si no vino, fue que no quiso. Que si quitamos y no nos dimos, fue por mentirnos y porque fuimos, nosotros mismos. Y mientras tanto, la prensa cuenta, fiebres de ritos, que mata el ébola en varios sitios. Y nos decimos, viendo los signos, dolor de olvido y plaga de título, fingimos.
– Y nos reiteramos ya convencidos, el hombre es tierra y el cuento su mito, por asistido…
 Con albores de colmillos redimidos se alzan villas, castillos y ventrículos, con sueños rígidos y aforismos ambiguos resentidos, nos convenimos y consolamos en abismos, sin más motivos. De ojivas llenas el corazón bombea rítmico, riega las venas y estalla en deltas, luces, bombillos. Gira noches y resalta lunas llenas, bajo soles encendidos con lirismo. Sedimenta a mar abierto, seca desiertos de un tiro, discrimina, defeca y morimos como niños, cuando nos faltan sus vilos. Y nos decimos, de que valemos, los reprimidos.
Corazón enfermo
– Pero es cierto, hay que sentirlo y admitirlo para decir que nos morimos, enfermos del mal de vicios; y es quizás por eso que el amor sigue siendo un misterio para los científicos.
― Y que a la lealtad se le canta hasta himnos pero como la pobreza, es un flagelo infinito; y hay épocas que en que al levantarnos la soledad nos da motivos, para omitirnos cien años.
– ¡Pero tentamos, resuelto el bálsamo, otro milagro, para curarnos…!
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