Miro a mi ventana y veo, que ya llegó la noche, la negra noche, la larga noche hasta el amanecer. Que la brisa me eriza y que el frío norte, vuelve imán mi piel. Cierro y me despego, de la larga espera, de la luz de un coche y de la voz de una mujer. Y en la inmensa noche, en la silente noche, en la pudiente noche, solo entre pensares me inspira el desdén. Y en la intensa noche, confío y sin pedirlo, me duermo en tus pies.
– Y en la extrema noche, en la divina noche, en la menguada noche, me despierto ayer…
‒ ¡Porque ya fue…!
– Otra negra noche, otra larga noche, hasta el amanecer.
Y hoy otra vez, miro a mi ventana y veo, a la mismísima noche atravesando el tiempo, henchida de laurel. La inevitable noche, la que aunque no quiera siempre va a volver, la gigantesca noche, que aparenta estrellas colgadas sin ver. Que surca y se adueña de las primaveras y del año aquel, en que las cigüeñas una noche bella trajeron pastel, que en la chimenea nació la leyenda del abismo en miel, con la bolsa llena de tu desnudez.
– Y que la foto aquella, si no la recuerdas, yo la guardo bien.
‒ ¡Que anochecer, este no, aquel…!
En la estrecha noche, en la menuda noche, en la noche al beber, de tus labios flores, de sus mil sabores, de tu aliento a miel. De los sentimientos, de los saltos dados, de los pasos puestos, del mundo a tus pies. De lo que yo siento, de lo que tú sientes, del destino infiel. Cual la apuesta noche, que hidalga y ferviente nos ve envejecer. Dada a paralelos, entre meridianos, en dos latitudes, de mundos separados, viendo amanecer.
– Y en mi ventana aunque no haya luna llena, esta y cualquiera, me duermo en tus pies.
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