La orquídea salvaje da una rara vainilla con gusto
de enjambre y aliento de golosinas ricas. Echa agua acepta alquimias con
pepitas de cereales y con las más duras semillas, hasta que el paladar nos
eriza con una caricia de almíbar, rendida en baños de María. Y si la frotan con
la lengua entre dientes se desliza, hasta sentir que germina y en las entrañas dar
la vida misma, regia y divina, cual plumilla en flor, plagada de poesía.
Pues no hay libreta sin cuartillas, ni escritos
de tinta en tiras, ni metáforas concisas, ni otoños sin melancolía. Ni libertad
sin utopías, ni esperanzas extinguidas, ni poetas que al vivirlas no les
destilen en líneas, descritas como la sangre incita, sin mediatintas, las alegrías por las cuales cambiaríamos
hasta nuestras rimas, me dijo uno hablando un día sobre la orquídea. Y le
respondí, vainilla, cual sabor a labios de una boca redimida.
–
Vainilla tibia en sonrisas de películas, limas en dicha servida, dulzor de
lavanda fría y dinamita en caldo de espinas, que hincan, para besar frutas
duras y morder podridas…
Natilla de leche de piña y chocolate silvestre, hierbabuena en ron con merengue y jugo de nata de nueces con ciruelas verdes. Y para que
sepa diferente, écheles vainilla tibia sobre el conchón donde hierven las
camelias, en su gelatina de semen. Y por si no recogió el sentido de esta, la
traigo ahora cual mago al bar de antaño y se la traga cual lonja llena de
átomos, tomando vinos y vodka con vainilla, pensando al gustazo y dados por un
rato, chupando una orquídea atados.
–
Y el poeta se miró y me dijo, cuenta, cuantas recetas te ha dado mi orquideario,
me has mostrado el valor del agasajo, haciéndome imaginar que cataba cada plato,
haciendo ramos…
-
Y al recoger una que en el suelo había quedado, le acaricie los pétalos y la
exprimí mirándolo.
La apreté hasta que soltó finos aromas y se me
impregnaron en la mano y volaron las abejas y sobre ella la polinizaron y a mí
me dejaron llorando, cuando ya abiertas sus celdas les di a beber miel de paños
y con sus pesuñas me clavaron en el acto. Maldecido por la vainilla que
destilaba mi cántaro, aguijoneado sin necesidad de darme látigo, sirviendo una
panacea en el jardín del oráculo, hecho dulce en mi melado y por probarlo,
vuelto membrillo dentro de un orquideario.
–
Pues tan salvaje como un rol de flor
nadie aun lo había interpretado, vuelto sorbos de vainilla tibia, como
conchón repujado con la divina camelia, floreciendo tras orgasmos ávidos...
-
Qué momento oxigenado, triturándola logramos el milagro, le repliqué
marchándonos, vuelto un alquimista para mi poemario, apresurados, pues me
picaron las líneas de la mano, pinzando...
-
Bebiendo vainilla tibia y un bulbo de hembra libando, en un orquideario.
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