Ya no se ni cuantas letras te he lanzado cabeceando, pues entre cartas y dados ya no recuerdo a cuantos juegos he apostado demostrándote con actos. Y a pulso remo cantando hacia horizontes donde no existen ocasos. Donde las olas de golpe se disipan sobre rocas de algún destino soleado, en una costa, en verano, donde los versos atrapo para llenarte las manos con ramos de verbos mágicos, injertados de corazones y labios.
– Para besarte despeinándote y atándonos, cuando te atrape en un muelle susurrando que te amo; y que velas caigan iluminándonos anclados cuales barcos, encerándonos.
En esta carta no será quizás en la que más te hable de los años que he pasado por ti esperando, de las tribulaciones de febrero alargándose para llegar a marzo. Ni del tapis entre abril y mayo, cuando el sol aún no ha llegado y las nubes grises y la lluvia hacen aun respirar el gris del otoño, con la primavera refriando sobre el mármol, cual un invierno retardado. No hablare ni de los días que he pasado, viviendo ratos amargos.
– Pues no se ni cuantos he pagado ni si aún me queda algún cántaro no terminado; y no hablare ni de París, aunque desde aquí donde estoy sentado, a él sin ti lo esté mirando.
– Y sobre la mesa, por este espacio rodando vea también a un as de espadas olvidado…
Pero tampoco te hablare de él, pues para no gastar papel más vale que abreviemos el regreso, mutuamente, de una vez. Sé la que gravita oronda, hecha burbuja de miel. La que veo al despertar, la luz de mi atardecer, sé mi sombra y mi corona de laurel, sé mi musa y la mujer que deseo tener. Y yo seré por ti, mi bien, la tonadilla que te encanta al filo del amanecer, tu clorofila, tu sangre y el sostén para que marches, con mis dos pies.
– Y yo seré tu parecer y el espejo en que te ves; y extinguiré tu padecer en la vejes…
Pero ni de eso hoy te hablare, pues prefiero que la vida nos describa los instantes y el recuerdo nos dé el pan del buen ayer, del mañana en que vibrantes nos pondremos tez con tez y de todo lo que seamos por ceder. De los buenos y malos instantes que pasemos día tras días y de la esperanza sin ayuno que provoca el sacrificio para ser, uno del otro, mitades sin desdén, las hojas del cuaderno del amor que en ti encontré.
– Y de eso te hablare y si me falta papel, a la vuelta añadirás que te falté, si me ausenté; y que las porfías sin querernos, nos sanaron las andanzas del querer, dándonos por él…
– ¡Y de eso te hablare, el día en que te vuelva a ver, mujer!
Pero hoy, contando lo que no tengo a sabiendas de que no tienes bar, con sed, me despediré escribiendo que París se ha oscurecido y que aquí sigo esperando a que tú brilles por él. Para levantar mi copa frente a tu taza de miel, a que haya perdón de sobra para que decidas beber, a que el amor que soñé, el que en ti yo encontré llene de luces el Sena, encienda el Arco a tus pies y encandile a Eiffel al revés, con tu aparecer.
– E ilumine la carta en todas partes y a Montmartre por mi ser que por tu ser, es; y tuyo el poder, ordena lo que deba ser que la orden cumpliré y pagare, yo, tuyo también.
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